martes, 4 de noviembre de 2008

VIVIR CON VIH NO ES UNA CONDENA A MUERTE


Por Frank Green
Extractado de “The Cleveland Free Times” marzo de 1995.
Traducción y Adaptación por Néstor Lástrónico.


Capítulo II: En el corazón de la polémica.

No es fácil conseguir este tipo de información. No lo vamos a encontrar en los principales medios de comunicación, y es improbable que la consigamos por intermedio de un médico, asistente o trabajador social.

Quiero expresar aquí mi reconocimiento a dos periodistas por haberme salvado la vida. A los tres meses del estupor en que me hundí después de saber mi diágnóstico, encontré un ejemplar de Spin, una revista mensual de rock (soy amante del rock n´roll). En ella había un artículo de Celia Farber, quien constantemente informa sobre las inexactitudes del paradigma HIV/sida con la habilidad de un poeta, y el fervor de una valiente periodista. Mi amiga, Susan DeCapite, que trabajaba para la revista , me envió fotocopias de las notas anteriores de Farber.

Entonces, recordé que, The New York Native, el semanario gay de la ciudad en que había vivido, era también escéptico respecto del rol del HIV, así que me suscribí a ese diario. Dirigido por Charles Ortleb, el Native es aún la única publicación gay en Estados Unidos que informa continuamente sobre esa polémica. (Muchas veces me he preguntado como es que la gente gay puede confiar tanto en una profesión médica que, hasta hace poco, consideraba a la homosexualidad como una enfermedad).

Empece a informarme. Leí decenas de libros y notas, de ambos lados de la polémica. Cuanto más leía, más me convencía de lo expongo en la presente nota. Así armado, me presente en el programa de Intervención Rápida en el Free Clinic de Nueva York. Les hablé acerca de mi escepticismo respecto del HIV y que nunca tomaría AZT, pero que igual quería participar para estar seguro. La médica, Karen Burneman, un prágmatico ángel en blue jeans, me miró a los ojos y dijo simplemente "Está bien. Podemos estar de acuerdo en no estar de acuerdo". Nunca cuestionó mis creencias ni intentó imponerme sus ideas. Durante los años en que participé fui uno de sus pacientes más saludables.

Como artista plástico, me lancé a la polémica del modo que mejor conocía: mediante el arte. Con la creación de una serie de autorretratos, actuaciones e instalaciones, examiné los fundamentos filosóficos de la actual situación, en la que se unen mecanismo de ocultamiento, aislamiento y poder autoritario para crear un clima en el que pueda prosperar el asesinato médico. Cuanto más trabajaba artísticamente, mejor me sentía.

En el mundo del arte la reacción fue variada, para decirlo con delicadeza. Con algunas notables excepciones, la mayoría de las organizaciones artísticas del país rehusó presentar estos trabajos, a veces enviándome notas en que expresaban que eran demasiado polémicos. Muchas ni siquiera se molestaron en responder, como si me hubieran creído loco.

Así es que pude comprobar lo que científicos como Peter Duesberg habían conocido desde el principio: existe toda una industria en actividad, en la que trabajadores sociales, médicos, científicos y activistas, se confabulan para impedir todo disenso. Impulsan esta industria las compañias farmacéuticas, otorgando contribuciones en dinero a todos los involucrados. La que más contribuye es Burroughs Wellcome, productora de AZT (hace poco, en el 2000 caducó su derecho de propiedad intelectual. Otros laboratorios producen este antirretroviral).

Los investigadores que se interesan en averiguar la verdadera causa del sida no pueden conseguir fondos para ello. Las drogas deben ser probadas en combinación con AZT , y la investigación teórica debe ser realizada sobre el HIV, o incluir el HIV como "cofactor". Es una clásica situación irrazonable e ilógica , en la que no se puede cuestionar lo que ya se sabe, impidiendo de ese modo que lo que es erróneo en el actual paradigma pueda ser objetado con éxito.

VIVIR CON VIH NO ES UNA CONDENA A MUERTE


















Por Frank Green
Extractado de “The Cleveland Free Times” marzo de 1995.
Traducción y Adaptación por Néstor Lástrónico.


Capítulo I: “Los muertos que vos matasteis gozan de buena salud”

Fue en 1982 cuando mis amigos empezaron a morir. Ann Craig fue la primera en irse. Los dos nos metíamos drogas juntos después de nuestras sesiones de jazz en un pub en el East Village. Vestida de negro, y más flaca que una jeringa, Ann había sobrevivido durante años a base de heroína y milkshakes. Una noche, en una actuación, puso en fuga a los espectadores porque se le cayeron todos los dientes de la boca..
Cuando se enfermó el sida aún no se había inventado; los médicos creían que Ann había inhalado algún virus exótico cuando estuvo en el África como estudiante graduada. Vendió algunos libros en Union Square, se inyectó heroína por última vez, y volvió a Connecticut para morir.

Empecé a ver gente con lesiones de sarcoma haciendo cola para comprar cocaína. El sida golpeó a Nueva York como un policía vengador, y no pasó mucho tiempo sin que empezara a circular el rumor de que no había que compartir agujas hipodérmicas. Sin embargo, para muchos de nosotros era demasiado tarde; al menos eso fue lo que nos dijeron.
A Diane Hunt, con quien compartía el departamento, le dijeron que era HIV positiva y se fue a vivir con su amante, la compositora experimental Julie Akerlud; yo me mudé a un edificio abandonado. Vivir en un edificio que se viene abajo, y encima sin calefacción no es fácil, sobre todo en pleno invierno, cuando me tenía que poner cinco capas de ropa para ir a la cama, todas ellas manchadas de sangre a la altura del codo.
Volví arrastrándome a mi hogar paterno, en Cleveland, con la cola entre las patas. Mandé al diablo la cocaína y todas esas mierdas, comí bien y renové mi autoestima. Diane empeoraba. Por teléfono, se quejaba de las drogas que le daban los médicos, infinitas píldoras para todo menos para el dolor ( eran tacaños con los narcóticos). Julie le llevaba marihuana de contrabando al hospital y, cuando Diane murió, juró por Dios que la había matado el AZT.

Ya sola, Julie siguió como pudo durante un tiempo, luego perdió toda esperanza, se hizo el teste de HIV, tragó su AZT, y entregó su alma a Dios. Yo también me hice el test y cuando el doctor me dijo, con la solemnidad de un empresario de pompas fúnebres, que era portador del “virus del sida”, me preparé para encontrarme con mis amigos en el cielo.

Seis años después, ya no creo en los profetas de la muerte. Aunque nunca tuve sida, me considero curado, y no tuve que gastar ni un centavo. Proyecto vivir el máximo del promedio de vida de un ser humano, o morir de alguna otra cosa, como por ejemplo cáncer del pulmón.

Se me consideraba tan en riesgo como podía estarlo un bisexual, ex adicto, que compartía agujas hipodérmicas en el centro de la epidemia. Entonces tenía hepatitis, pero ahora soy de las personas más saludables que conozco. Es muy raro que me resfríe, tengo mucha energía y me veo diez años más joven de lo que soy.

Pero no me envidien. He estado en el infierno y he salido de él. Me libré de las adicciones que me habrían matado, ganándome la salud a pesar de la adversidad, y a pesar de la misma gente que debía habérmela conservado: los médicos.

No soy ningún ángel, ni un fanático de la salud. Fumo, bebo de vez en cuando, y me mantengo activo sexualmente. No sigo ninguna dieta especial ni tratamientos alternativos. Tengo buena salud porque asumí la responsabilidad por mi propia vida y, armado de una información que no era fácil de obtener me despedí de mi médico.

VIVIR CON VIH NO ES UNA CONDENA A MUERTE















Por Frank Green
Extractado de “The Cleveland Free Times” marzo de 1995. Traducción y Adaptación por Néstor Lástrónico.

Capítulo Final: Looking through this dirty crystal.

Pero ya no es suficiente con adoptar una actitud neutral, o estar de acuerdo en no estar de acuerdo. Es hora de contestar el fuego con el fuego. Debemos proveer a la gente de la información que necesita para tomar decisiones. Todo el mundo conoce ya un lado de la historia. ¿Por qué no le podemos mostrar el otro?

Yo mismo he estado al borde del agotamiento. Estoy cansado de obsesionarme con una enfermdad que no tengo. Cansado de luchar con un monstruo tan grande como la industria del sida. Sobre todo, cansado de convencer a la gente de que gozo de buena salud. Ya es hora de seguir con otras cosas.

Con el valor que me dan mis convicciones, he dejado el programa Free Clinic. Pasaron, ya, los días en que me contaban las células T, y me aterrorizaba por una simple tos. Si alguna vez me enfermo gravamente y no puedo explicar porque, volveré a ingresar a la zona del dominio del sida. Por ahora, agradezco haberme podido escapar de sus garras.

Nada podrá volver a mis amigos a la vida. A Diane y a Julie, a Cliff, Ann y Michel, y tantos otros, les dedico estos cinco años de duro trabajo, y un corazón lleno de dolor.
Por Frank Green
Extractado de “The Cleveland Free Times” marzo de 1995.
Traducción y Adaptación por Néstor Lástrónico.

Capítulo Final: Looking through this dirty crystal.
Lector, te ofrezco algunas palabras, duramente ganadas, de consejo, que espero que sean las últimas que tenga que decir sobre el tema: Si gozas de buena salud, y no te has hecho el test de HIV NO TE LO HAGAS. Podrías llegar a sufrir mucho y pasar por una prueba demoledora. Si tienes sida, evita el AZT, trata cada una de las enfermedades en vez del HIV, y cree, sobre todo cree que es posible sobrevivir.

Y si, como yo, eres HIV positivo y gozas de buena salud, confía en tu cuerpo. Dice un viejo refrán, que ojalá yo hubiera seguido hace años: Si algo no está roto, mejor no lo arregles.

Este artículo, es la vida de un hombre que inspira, y da esperanza a los millones de enfermos de sida y portadores de HIV que existen en el mundo. Personalmente espero que la humanidad llegue más allá de otorgar esperanza. Espero que algún día no se distinga entre HIV positives y HIV negatives. Sólo somos seres humanos, y , como quiera que sea todos y cada uno de nosotros estamos condenados a muerte. La mortalidad humana es un gran peso, pero es también una gran razón para aprovechar cada minuto como si fuese el último.
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