domingo, 19 de octubre de 2008

Existe el sida?

¿Existe el sida?

El 23 de abril de 1984, Robert Gallo, junto con una inverosímil secretaria de Salud (Margaret Heckler), los dos con peluca, convocaron a una rueda de prensa para dar a conocer al mundo el descubrimiento de la “causa probable” del sida, un virus entonces considerado una variante de un virus cancerígeno que Gallo denominó HTLV-III.

Por Daniel Link



Daniel Link


El 23 de abril de 1984, Robert Gallo, junto con una inverosímil secretaria de Salud (Margaret Heckler), los dos con peluca, convocaron a una rueda de prensa para dar a conocer al mundo el descubrimiento de la “causa probable” del sida, un virus entonces considerado una variante de un virus cancerígeno que Gallo denominó HTLV-III.

El escandaloso anuncio (en ese momento no había publicación científica alguna que lo respaldara) despertó las iras al otro lado del Atlántico. Luc Montagnier se atribuyó, al mismo tiempo, el descubrimiento y acusó a su competidor norteamericano (con razón, según se comprobó más tarde) de apresuramiento y deshonestidad (Robert Gallo habría utilizado fraudulentamente muestras de VIH del Instituto Pasteur para realizar su anuncio).

La corporación médica aceptó sin titubeo la disparatada declaración de la funcionaria de Reagan, que estableció una correlación causal irrefutable entre el virus y el síndrome de inmunodeficiencia adquirida. “Hoy agregamos un nuevo milagro a la larga carrera de honores de la medicina y la ciencia americanas”, dijo. La larga carrera, se olvidó de decir, por las patentes y las regalías.

En 1990, Luc Montagnier comenzó a disentir con las estrategias de investigación dominantes. Según su punto de vista, el VIH es incapaz de producir enfermedad alguna por sí solo (necesita de “cofactores”). En la Conferencia Internacional de Sida de San Francisco de ese mismo año, sus argumentos (el hecho de que nunca, ni aun en el caso de pacientes en estado terminal, se haya observado más de uno de cada quinientos linfocitos T infectados, y la incapacidad del virus de VIH para matar esas células) le valió que el impresentable Gallo lo acusara de avalar las posiciones disidentes en lo que a la causalidad virus-síndrome se refiere.

Difícil es saber si la posición hoy hegemónica es más verdadera que la disidente (a la que adhieren varias eminencias mundiales en la materia), pero en todo caso el reciente reconocimiento con el Premio Nobel de Medicina (compartido) a Luc Montagnier, del Instituto Pasteur, profundizará un debate impostergable.

UNA CRETINA LLAMADA ELISA

Le acaban de dar el más importante premio de periodismo de Colombia a Carol Ann Figueroa, por su artículo "Una cretina llamada Elisa"
http://www.revistanumero.com/web//index.php?option=com_content&task=view&id=353

Qué opción de vida le queda a una joven escritora cuando su examen de VIH da positivo?


Por Carol Ann Figueroa
Ilustraciones de Nicolás Lozano

Carol Ann Figueroa (Bogotá, 1978). Periodista de profesión, escritora por necesidad, guionista por mutación, redactora de libros de investigación y del desaparecido periódico cultural Suburbia; ha colaborado en varias publicaciones, entre las que se destacan el «Magazín Dominical» de El Espectador y la revista Kinetoscopio.

Me estoy muriendo.
Image Y ahora que un papel doblado en mi agenda me lo dice, reconozco que nunca creí realmente que fuera cierto. Me doy cuenta de que nunca creí que me pudiera morir y, sin embargo, al parecer es una de esas cosas que sí suceden. Uno se muere. Y yo me estoy muriendo.
El médico dijo «El resultado de su prueba de VIH es positivo» y desde entonces me fue difícil escuchar lo que decía. Sus labios se movían pero sólo producían cierto eco.

La manera lastimera en que esquivaba mi mirada me hizo comprender que sí era cierta la noticia. Pesaba tanto el aroma de mi muerte que el tipo se apresuró a pedirme que me realizara un segundo examen, llamado Western Blot, para verificar el resultado, y me indicó el camino de salida.

Eso fue todo. Cinco minutos le tomó darme la noticia.

«Mi vida se acaba prematuramente», pensé mientras me levantaba de la silla.

Mi vida se acaba sin el goce de orgasmos múltiples producidos por drogas intravenosas o la orgía de amantes confusos, variados y sucesivos; se acaba sin amaneceres de deshidratación y resaca en apartamentos desconocidos y, no obstante, ya mis padres lloran sobre el ataúd mientras la familia cuchichea la causa del deceso, mi dramática pérdida de peso en los meses anteriores, mis pómulos pronunciados y mis ojos ahogándose en sus esferas; mi diarrea, mi inapetencia, mi fiebre, mi depresión.

Todos los aviones que viajan a Venecia despegarán sin mí. Todos los amigos, toda la familia, los vecinos y los desconocidos, abrirán sus ojos sin que yo esté aquí, y lo cierto es que no les haré falta. No tendrán que saludarme y no notarán que no me despido.

¿Quién pudo haber sido? ¿Me arrepiento si es esa la razón? De arrepentimiento no se hacen los remedios y, total, el papel que guardo en mi agenda dice que no hay remedio.

Nadie debe enterarse. Necesito mantener un em-pleo, conseguir dinero para costear los medicamentos, resistir el mayor tiempo posible antes de no tener más soporte que la lástima de aquellos que me van a ver morir. ¿Tendré tiempo de ordenarlo todo antes que un demacrado rostro evidencie lo que me está sucediendo?


¿Qué me está sucediendo?
Escribí la palabra «sida» en la barra del buscador con la sensación de estar buscando mi propio nombre en la red, como si me lanzara a la cacería de mi otro yo, ese que había olvidado en un rincón de la cotidianidad pero que siempre estuvo al acecho, listo para escaparse en cuanto el llamado de la muerte hiciera posible nuestro encuentro.

Más de 38 millones de personas en 126 países han vivido con él durante cinco o diez años antes de poder darse la vuelta para abrazar al otro, ese que forma parte de los 2,8 millones de nuevos compañeros, los que se mueren de sida1.

Una mujer de Guatemala resultó VIH positiva hace doce años por cuenta de la infidelidad de su marido y todavía no tiene sida. Tuvo tiempo de cuidar al hombre, enviudar, quedar a cargo de tres hijos y ver graduar a los dos primeros, sin presentar un solo síntoma. Un muchacho gay de Costa Rica, de veinticinco años, cumple siete de preguntarle cada tres meses a su doctor si su conteo de células T2 ya delata inmunodeficiencia progresiva, y un argentino heterosexual, diagnosticado a los treinta como VIH positivo y que a los cuarenta recibió su diagnóstico de inmunodeficiencia adquirida, a los 45 publicó su fotografía en la red exhibiendo una demacrada sonrisa como prueba de su honestidad cuando escribe «Soy feliz y tengo sida».

Activistas canadienses, brasileños, surafricanos, mexicanos y norteamericanos; enfermos consagrados que cargan quince años de sida; drogadictos arrepentidos, homosexuales pervertidos y heterosexuales seropositivos me invitan a esperar con entusiasmo suicida la aparición del síndrome siguiendo con disciplina las instrucciones de mi doctor, tomando los medicamentos que cubre mi EPS, acercándome a cuanta asociación homosexual y ONG se me cruce en el camino para consultar los derechos y deberes de mi nueva vida en este mundo paralelo, el de los VIH positivos, los futuros muertos de sida.

¿Qué me pueden ofrecer? Diez, quizás veinte años más de vida, sintiendo en la nuca la respiración de la muerte, tomando medicamentos para fingir que no la siento, que puedo enviarla de vuelta a su rinconcito en la rutina, transformada ahora en la rutina de un paciente enfermo de sida.

La rutina de consumir de por vida —o hasta que se acabe la vida— un tratamiento llamado terapia retroviral altamente activa o «coctel combinado», según la cual se deben consumir treinta pastillas diarias en promedio, en horarios que cubren las veinticuatro horas, algunas con las comidas, otras con el estómago vacío, siempre temiendo que sin un estricto apego a las dosis y horarios, el virus mutará en uno nuevo, más poderoso, más resistente a la medicina.

Pero yo no tengo sida. No tengo el Síndrome de Inmuno-deficiencia Adquirida. Incontables páginas en la web me lo decían.

Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida es una categoría creada por el Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos para agrupar un conjunto de signos y síntomas de diversas enfermedades bastante conocidas, que atacan en forma simultánea un mismo sistema inmunológico, resultando particularmente resistentes a los medicamentos que se utilizan para combatirlas.

Herpes, neumonía, tuberculosis y varios tipos de cáncer forman parte del grupo de veintinueve enfermedades que se han agregado con los años a la familia del sida, haciendo que la palabra enfermedad le quede pequeña.

El sida no es una enfermedad, es un síndrome; de modo que, técnicamente, nadie puede estar enfermo de sida.

«Una persona es diagnosticada con sida si presenta uno o más de los veintinueve estados físicos oficiales que definen al sida y si también resulta positiva a los anticuerpos asociados con el VIH. En otras palabras, la neumonía en una persona VIH positiva es sida, mientras que la misma neumonía en una persona VIH negativa es sólo neumonía. Las manifestaciones clínicas y los síntomas pueden ser idénticos, pero uno se llama sida mientras que la otra se llama neumonía»3.

Se leía tan claro, que me pareció la información más confusa de mi vida. Un resultado médico por el que me entregué al pánico parecía no ser el que yo creía.


Image«Si todavía hace falta una prueba para confirmar el diagnóstico, posiblemente ni siquiera soy seropositiva», pensé.

Entré al segundo consultorio al que acudí para que mi Plan Obligatorio de Salud me suministrara el examen probatorio, el Western Blot, dispuesta a resolver todas las preguntas producidas por mis pesquisas, pero sólo obtuve respuestas monosílabas.

Cuando le pregunté al doctor sobre las posibilidades de que la segunda prueba resultara negativa y mi Elisa fuera una falsa alarma positiva, esquivó con un dejo de molestia mi mirada, como si yo no tuviera derecho de hacer de la duda mi esperanza, y se limitó a decir: «Hacemos la segunda prueba por rutina, porque la verdad es que el resultado rara vez cambia».

Rutina. El momento más ansioso de mi vida es… rutina. ¿Qué clase de difamador del juramento de Hipócrates me habla así y pretende que lo visite con mi segundo resultado para «comenzar el seguimiento médico correspondiente»?
¡Maldito gusano de escritorio, indigno de manejar lo que pase con mi vida; inconsciente, animal, bruto, cobarde, incapaz de hablar sobre la muerte con gallardía!

No soy seropositiva confirmada y ya me enlista para el seguimiento médico correspondiente: visitarlo trimestralmente para que una muestra de sangre determine si mi conteo de células T —término que no me explicó— está por encima o debajo de las doscientas4; empezar a consumir de manera preventiva pequeñas dosis de AZT5 y, según las reacciones de mi cuerpo —sobre las cuales no me habló—, reducir la dosis y combinarla con didanosina (DDI) o zalcitabina (DDC), esperando que éstos mantengan el conteo de mis células en niveles seguros el mayor tiempo posible, lo que en cualquier caso no significa una cura.

Medicamentos que no curan pero que debo tomar. Eso me ofrece la medicina.

Y no sólo no curan sino que al respaldo de sus etiquetas exhiben una escalofriante lista de efectos colaterales que incluyen salpullido, agotamiento severo, pérdida de apetito, náusea y vómito, dolor en los músculos y articulaciones, neuropatía, disfunción sexual, fiebre, diarrea, vértigo, dolor abdominal, depresión, desorden del sueño y demencia6, además de serias afecciones que resultan mucho más letales que la amenaza de comenzar a desarrollar el sida. Las reacciones adversas documentadas en la actualidad incluyen diabetes, falla hepática, arenillas renales y muerte súbita.
«El 30% de los pacientes que toman la terapia combinada padecen de lipodistrofia, un desorden en la distribución de la grasa y desorden metabólico, que puede resultar en ataques al corazón y apoplejía»7.

El argentino que exhibe su fotografía en la red, la gente que aparece demacrada en las noticias, no lo está por un herpes o una tuberculosis causada por el sida. Luce así por tomar las medicinas que evitarán que ellos desarrollen el síndrome.
Me alejé del laboratorio, dejando caer así en las alcantarillas mis esperanzas sobre el resultado que me entregarían en diez días, hasta que la pregunta de cierta campaña institucional saltó de mi memoria a la pupila: ¿conoces a Elisa?
Habérmela hecho no significaba que la conocía, así que ocupé los diez días de angustia que me obsequiaba la rutinaria medicina en buscar toda la información que no había leído o escuchado sobre Elisa.

Lo primero fue leer que los falsos positivos existen en grandes cantidades, contrario a la severidad con que los había descartado la desidia de mi incompetente doctor.

Existen más de cincuenta condiciones inofensivas que pueden hacer que una prueba de VIH resulte falso positiva8. Haber tenido gripa, tener o haber tenido herpes o hepatitis, haber sido vacunado contra la hepatitis B, haber estado expuesto a los microbios que causan tuberculosis y malaria, estar embarazada o haberlo estado9. Cincuenta posibilidades de equivocación sobre las que el doctor no me habló.

«Personas que nunca han estado expuestas al VIH pueden tener reacciones falso positivas durante años o por el resto de sus vidas, debido a que la producción de anticuerpos generados por varias infecciones virales comunes, puede continuar durante años después de que el sistema inmunitario ha vencido al virus, e incluso durante toda la vida»10.

¿Cómo es posible que la prueba que me tiene al borde de reorganizar mi vida sea tan imprecisa?
Elisa, la llamada prueba para detectar el VIH, no detecta el virus que pregona en ninguna medida. Detecta anticuerpos que reaccionan a ciertas proteínas que se aplican a la muestra de sangre, las cuales se han producido en un laboratorio11.

En la página web de la Food and Drug Administration (FDA) de Estados Unidos12, responsable de controlar la seguridad y eficacia de las pruebas y los fármacos, se puede consultar el texto del inserto que acompaña a la prueba de VIH/sida, Amplicor HIV-1, de laboratorios Roche, el cual hace una increíble aclaración: «La prueba Amplicor HIV-1 no ha sido creada para ser utilizada como prueba de monitoreo del VIH o como prueba de diagnóstico para confirmar la presencia de la infección del VIH». Otra etiqueta, que encontré citada en el documental El otro lado del sida13, aclara que «en la actualidad no existen estándares establecidos para determinar la presencia o ausencia de anticuerpos frente al VIH en sangre humana».

Ni antes de pedir que me ordenaran la prueba, como tampoco cuando me tomaron la muestra de sangre, ni aun hoy después de recibir su respuesta, tuve la oportunidad de ver la caja de la cual provenía, ni los insertos que la acompañan, ni las dudas que la rodean a pesar de ser una prueba capaz de determinar el curso de millones de vidas.

No. No conozco a Elisa. Y, la verdad, no creí que se tratara de tamaña cretina.

El doctor Robert Da Prato, especialista en pruebas de VIH, no recomienda a nadie que se haga la prueba porque él mismo no entiende qué significa y no cree que alguien más lo sepa. «Nunca he visto ninguna evidencia que demuestre que esta prueba muestre lo que dice que va a mostrar: la presencia del virus, la presencia de un virus exógeno14. Realmente me gustaría ver en un microscopio esta evidencia pero aparentemente no existe. No existe porque no se ha realizado un riguroso protocolo de aislamiento»15, a pesar de que el aislamiento es la única prueba directa e inconfundible de la existencia de un virus, y el aislamiento de un virus, a partir del plasma sin cultivar de un paciente, es la única prueba de que una persona tiene una infección viral activa.

Desde que el doctor Robert Gallo anunció el VIH como la causa probable del sida, en 1984, junto con el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, el virus nunca ha sido aislado16.

Tres de la mañana del sexto día de esos diez que me dio la prueba de rutina y un despeñadero de contradicciones se abrió bajo mis pies. Mi afán de entender se llenaba de desconcierto, mi alivio de odio, mis esperanzas de desasosiego mientras leía una y otra vez lo que varios documentos me decían sin conseguir descreerlos: el virus más famoso del mundo no ha sido aislado. No hay prueba alguna que demuestre que el VIH exista.

Miles de cientos de personas han entregado su vida a una rutina de padecimientos por fe en Elisa, la cual los ha timado en la forma más cruel, bajo la mirada cómplice de la Food and Drug Administration, el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS) y los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos; los laboratorios que se lucran esparciendo por el mundo sus pruebas y sus medicinas, y los gobiernos y sistemas médicos que difunden campañas para obedecer ciegamente paradigmas, pero no para cuestionarlos y llegar al fondo de sus teorías.


¿Verdad? ¿Mentira?
Si creo que el VIH sí existe y es la causa del sida, daré un paso al frente para ingresar en las estadísticas de los enfermos tratados con medicamentos para luchar contra el VIH/sida. Entregaré mi vida, sin más, a lo que ordene la medicina.

Si creo que el VIH no existe, que no tengo nada a pesar de mi prueba positiva, sentirán lástima de pensar que me niego a aceptar que se me acaba la vida, me tacharán de loca y me compadecerán por contradecir paradigmas, pero seré dueña absoluta de cada uno de mis días.

Deliraba. ¿Cómo contradecir lo que más de diez mil millones de dólares invertidos17 durante casi treinta años y un resultado positivo me decían? ¿Cómo encontrar la valentía de Copérnico y Galileo cuando se atrevieron a sostener que el Sol era el centro del universo y no la Tierra , como todos creían, corriendo el riesgo de ser quemados vivos en la hoguera?
Incluso en pacientes que sufren casi todas las enfermedades severas del sida, el VIH nunca se detecta en cantidades que pudieran causar la reducción drástica de las células inmunes18. Con la hepatitis o un resfriado común, por ejemplo, el virus que produce el resfriado se encuentra fácilmente en cantidades de millones o miles de millones por mililitro de sangre. El VIH, el virus que supuestamente produce el sida, se encuentra en cantidades de diez por cada mililitro de sangre19, lo que lo convierte en el virus más inofensivo e indetectable, en palabras de Peter Duesberg, el primer científico que logró aislar la estructura genética de un retrovirus (y el VIH es un retrovirus).

En un intento por acabar con los cuestionamientos sobre la imposibilidad de aislar el virus, es decir, encontrarlo en cantidades consideradas en una muestra de sangre, en 1995 comenzó a emplearse sobre muestras de sida una tecnología conocida como Reacción en Cadena de la Polimerasa (PCR), descrita por Duesberg como tecnología diseñada «para encontrar una aguja en un pajar».

El doctor David Rasnick20, investigador y revaluador del sida, la explica así: «Si usted toma una muestra de un paciente no puede encontrar el VIH allí, pues todo lo que tiene son células blancas. Pero cuando usted cultiva estas células junto a otras que Robert Gallo generó hace algunos años, y las expone a ciertos químicos, puede forzarlas a hacer cualquier cosa. La idea es estimular las células del paciente para que empiecen a producir ácido ribonucleico (ARN) y este ARN nuevo capte las proteínas y partículas del virus, de modo que éstas infecten a las células que usted estimuló. Esta ampliación se realizará mediante cocultivo durante el tiempo que usted estime. Pero esa nueva cantidad de partículas del virus no existen en el paciente, no estaban en su muestra. Usted las recreó en el laboratorio, lo que llamamos in vitro»21.
El ganador del premio Nobel de química por inventar la PCR y detractor de la teoría VIH/sida, Kary B. Mullis, ha desvirtuado completamente la utilidad de usar su invención en las investigaciones sobre sida, declarando que « la PCR hace posible identificar una aguja en un pajar, transformando esa aguja en un pajar»22. De hecho, el 99% de lo que contabiliza la PCR no es infeccioso23.

Mullis revisó además todos los documentos de la investigación de Gallo y no encontró «nada, ningún hecho científico que demuestre que el VIH es la causa del sida. Ni siquiera la causa probable del sida, que era lo mínimo que esperaba; una causa probable para el sida, remotamente probable. Pero no es así. Es una causa posible, pero no probable. Y desde esa perspectiva no estamos siquiera cerca de lo que podríamos llamar un hecho»24.

«La idea básica de que el sida es infeccioso, de hecho, nunca se ha puesto a prueba, nunca se ha cuestionado, nunca se ha probado. Es algo que han asumido popularmente los doctores y científicos que estudian microbios y virus (…) la mayoría de los doctores son felices acusando a microbios de causar nuevas enfermedades cuando no saben por dónde buscar», recalca Duesberg25.

El codescubridor del VIH, doctor Luc Montagnier, quien afirmó en 1990 que el VIH no era capaz por sí solo de provocar sida; el Grupo por la Revaluación Científica de la Hipótesis VIH /sida, fundado en 1991 por cuarenta científicos de todo el mundo, entre los que se cuentan ganadores al premio Nobel y nominados de éste26; el presidente surafricano Thabo Mbeki, que en abril del 2000 invitó a Peter Duesberg a Sudáfrica y pidió que el Ministerio de Salud de su país subraye la toxicidad de los antirretrovirales; la organización norteamericana Rethinking Aids27; el disidente colombiano, doctor Roberto Giraldo28, y la Corporación Autonomía en Salud, que se encarga de organizar y difundir las conferencias que dicta en Medellín29, y la fundación Alive and Well Aids Alternatives30, cuya fundadora, Christine Maggiore, seropositiva desde 1992, se ha negado a consumir antirretrovirales y tuvo una hija sana después del diagnóstico31, me invitan a cuestionar todo lo que había escuchado sobre VIH y sida. Me invitan a decidir por mí misma si sigo o no las indicaciones de la medicina ortodoxa, a escuchar cuanta información disidente se me cruce en el camino cada vez que quiera cuestionarme sobre los derechos y deberes de esta nueva vida, la de los que no creen que el VIH exista, pese a recibir una prueba positiva.


ImageDiez días después de aceptar que durante años creí sin fundamento en el VIH y el sida, una mezcla de miedo e ira se retuerce en mi pecho mientras espero que la enfermera me llame para entregarme el resultado de mi segunda prueba.

¿Tendré la fuerza para no dejarme apabullar del matasanos si la segunda prueba es positiva?
He visto la marea del otro lado de la cima y no puedo regresar. Dudo hasta la médula de que el VIH exista y por supuesto dudo de que sea la causa del sida. No podría tragar ni una sola pastilla sin la sospecha de estar ayudando a que un sistema corrupto me destruya la vida.

Aun si creyera que eso que llaman VIH realmente es un virus, aun si mi segundo examen resultara positivo y me dieran diez años antes de que el sida empezara a desfigurar mis días, ¿por qué pasar esos diez años padeciendo los insoportables efectos secundarios de una combinación de medicinas que lo único que hacen es convertir una espera en agonía? ¿Qué clase de vida es esa que prolongaría? Ciertamente, no es la mía. Es un remedo macabro que las aberraciones del mercado médico se han atrevido a llamar vida.

De repente, no entiendo de dónde surge este afán por permanecer en el mundo, aun a costa de mi propia vida.

Tras la puerta entreabierta del consultorio, el médico pronuncia mi nombre en voz alta.

Me levanto de la silla, arrastrando el peso de una conciencia desmedida, y camino con dificultad. Sudo. Aprieto los puños y tensiono las rodillas. Avanzo con la mirada clavada en el suelo, sabiendo que ha llegado el momento de pelear en la arena.

Entro al consultorio y me planto desafiante ante el doctor. El hombre me sostiene la mirada y yo no se la retiro. Suspiro.

El papel dice negativo.

La pelea ya no tendrá la urgencia de salvar mi vida.



Notas: 1. Informe sobre la epidemia mundial de sida 2004. Onusida.
http://www.onu.org.ni/noticia?idnoticia=60.
2. Para causar daño, un virus necesita infectar por lo menos un tercio de todas las células que ataca —las que en el caso del sida son las células T del sistema inmunitario—, y matar esas células más rápido de lo que se pueden remplazar.
3. What if Everything you Thought You Knew About Aids Was Wrong?, Christine Maggiore, 2004, p. 17.
4. El 1o de enero de 1993, el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) amplió la definición del sida, para incluir a las personas con un conteo de células T de doscientos o menos, aunque no tuvieran síntomas o enfermedad alguna. Esta nueva definición fue la causa de que el número de casos de sida en Estados Unidos se duplicara.
5. Llamado clínicamente zidovudine, pero denominado AZT por sus componentes, se creó inicialmente para la quimioterapia del cáncer, pero fue arrinconado y olvidado por ser excesivamente tóxico, de fabricación muy costosa e ineficaz contra el cáncer. Poderoso pero indiscriminado, el fármaco no era selectivo en su destrucción de las células. «El nacimiento escandaloso del AZT», en Medicina Holística, No 41, Asociación de Medicinas Complementarias (AMC). Celia Farber, periodista de investigación.
http://free-news.org/farber02.htm
6. «The Morning After», POZ Magazine, febrero de 1997, en Christine Maggiore, op. cit., 2004, p. 63.
7. Ibid., p. 65.
8. Christine Maggiore, op. cit., p.31.
9. Ibid., p. 26.
10. Ibid., p. 25.
11. David Rasnick, Ph.D. Investigador del sida, diseñador químico de los inhibidores de la proteasa. Entrevista en el documental The Other Side of Aids, dirigido por Robin Scovil, 2004,
www.theothersideofaids.com.
12.
http://www.fda.gov/cber/PMAltr/P9500053L.htm.
13.
www.theothersideofaids.com.
14. Exógeno quiere decir causado por algo por fuera del cuerpo.
15. Robert Da Prato, MD. Especialista en pruebas de VIH para la Armada de Estados Unidos. Entrevista en el documental The Other Side of Aids.
16. El 23 de abril de 1984, Robert Gallo, junto con el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, citó a una conferencia internacional de prensa en la que comunicó haber descubierto el retrovirus que causaba el sida. A los pocos días estalló el escándalo sobre las denuncias del Dr. Luc Montagnier, del Instituto Pasteur de Francia, acusando a Gallo de haber robado su muestra. El episodio terminó con un arreglo entre las partes, quienes compartieron el crédito como codescubridores del VIH y los derechos de propiedad sobre la prueba.
17. Entre 1996, año en el que se fundó Onusida, y 2005, los fondos anuales destinados a la respuesta al sida en los países de ingresos bajos y medianos han pasado de US$300 millones a US$8.300 millones. Los fondos disponibles sumarán US$8.900 millones en 2006 y US$10.000 millones en 2007. «Financiar el sida», informe sobre la epidemia mundial del sida, 2006.
www.onusida.org.co/.
18. R. Gallo, 1984; Science, 2241; M. Piatak, 1993; Science, 259; D. Ho, 1991, New England Journal of Medicine, 325:961; C. Shaw, 1991; New England Journal of Medicine, 324:954; Cooper, 1992; Lancet, 341:1099, en Christine Maggiore, op. cit., p. 66.
19. P. Duesberg, Inventing the Aids Virus, 1996, Tegnery Press, Washington DC Pl 74-180, en Christine Maggiore, op. cit., p. 66.
20. El Dr. David Rasnick es un antiguo presidente del Grupo para la Revaluación Científica de la Hipótesis VIH /sida. Doctorado en química por el Georgia Tech en 1978, tiene más de veinte años de experiencia con las proteasas y sus inhibidores. Por su condición de disidente, Rasnick recibió una propuesta del profesor universitario Phillip Machanick, partidario de la hipótesis oficial, de inyectarse VIH. Rasnick aceptó el desafío, pero pidió a Machanick que él, a cambio, aceptase empezar a ingerir antirretrovirales. El que viviese más tiempo sería declarado vencedor. Machanick no aceptó el desafío en estas condiciones.
21. David Rasnick, Ph.D. Investigador del sida, diseñador químico de los inhibidores de la proteasa. Entrevista en The Other Side of Aids.
22. Kary Mullis en Heal. Los Ángeles, 25 de octubre de 1995.
23. Christine Maggiore, op. cit., p. 49.
24. Kary B. Mullis, Ph.D. Inventor de la PCR , premio Nobel de química 1993. Entrevista en The Other Side of Aids.
25. Entrevista en The Other Side of Aids.
26. Peter Duesberg, profesor de biología molecular y celular, con un largo currículo y premios. Nominado al Nobel de medicina por sus estudios sobre retrovirus; Kary Mullis, premio Nobel de química, 1993; Harvey Bialy, biólogo molecular en activo, director de la Virtual Library of Biotechnology for the Americas; Eleni Papadopulos-Eleopulos, física médica, profesora en el Royal Perth Hospital, Australia; Serge Lang, matemático franco-norteamericano; Stefan Lanka, virólogo alemán.
27. Rethinking Aids, fundada en 1991. Mantiene una lista de más de 2.100 personas que han firmado la petición de la organización para revaluar la validez de la hipótesis ortodoxa de que el VIH es la causa del sida. En esta lista hay médicos, farmacéuticos, virólogos, bioquímicos, estadísticos, matemáticos, periodistas, psicólogos y antropólogos, entre otras profesiones.
28. Roberto Giraldo, médico cirujano egresado de la Universidad de Antioquia. Magíster en medicina clínica tropical de la Universidad de Londres. Se ha dedicado por más de treinta años a la investigación científica y académica, en enfermedades infecciosas tanto en Colombia como en Estados Unidos. Actualmente trabaja en el Departamento de Inmunología del Cornell Medical Center de Nueva York. Es autor del libro Sida y agentes estresantes.
29. La Corporación Autonomía en Salud, creada en el año 2004 por quince profesionales de la salud en Medellín, se dedica desde entonces a guiar y apoyar a pacientes seropositivos interesados en las posturas disidentes, y cuenta desde hace varios años con el apoyo del doctor Roberto Giraldo. Carrera 64A No 35-13. Tel. 351 2149.
30.
www.aliveandwell.org/.
31. Eliza Jane, hija de Maggiore, murió en el 2005 a causa de lo que se señaló como neumonía relacionada con sida. Tras la autopsia se determinó que la niña no era VIH positiva, ni presentaba sintomatología del síndrome. Un toxicólogo comisionado por Maggiore para revisar las razones de la muerte estableció que se debía a envenenamiento antibiótico.